Wednesday, December 3, 2014

EL CHAMÁN COMO ACTOR

chamán.
(Del fr. chaman, y este del tungús šaman).
1. m. Hechicero al que se supone dotado de poderes sobrenaturales para sanar a los enfermos, adivinar, invocar a los espíritus, etc.




Si nos trasladamos a la más tierna infancia de la Humanidad, en la noche de los tiempos, lo que veremos será un paisanaje no muy diferente del actual: injusticias, estulticia generalizada, mal uso energético y, sobre todo, un no saber hacia dónde se va. Paradójicamente, desde entonces hasta nuestros días hemos llegado a los mismos postulados presentes: injusticias, estulticia generalizada, mal uso energético y un no saber hacia dónde se va. Es decir, a pesar de los miles de años que nos separan del hombre de las cavernas, la cosa no ha variado mucho y los problemas a los que se enfrentaba el hombre de aquel entonces siguen siendo los mismos, más o menos. Simplemente, recordar que la diferencia más flagrante entre aquellos homínidos y nosotros (bastante parecidos a los del logo de La Manada) es el decoro


Si seguimos repasando sus logros y los nuestros no habrá grandes hallazgos y sí muchas más similitudes. Por ejemplo, aquellos se dedicaban a pintar en los muros de sus cuevas; si bien es verdad que ahora ya no vivimos en cuevas tampoco nos dedicamos a pintar bisontes ni mamuts, pero el acto en sí es el mismo. Por aquel entonces, según cuentan, habría una persona dentro de cada clan o tribu que se dedicaría a la magia, al culto, además de ser el matasanos local. Normalmente, la historia ha dado a este ser el nombre de Chamán. No es pretensión de este artículo reivindicar la figura del chamán por un ejercicio de melancolía histórica, sino rescatar de la balumba de figuras retóricas y referentes del arte del actor, un valor intrínseco que, por su borrosa imagen, requiere de un remozado.

Si bien es verdad que esta figura goza de múltiples significados, connotaciones e imágenes asociadas, también es que reúne un aspecto común a todas las sociedades del planeta, sea en la época de las cavernas como hoy en día; un aspecto que conecta directamente con la esencia humana, con las energías de la Tierra, unas energías que nos son, sobre todo, desconocidas. Obviamente, al igual que las pinturas del bisonte han sufrido su transformación, las funciones y la manera de trabajar del Chamán han cambiado sustancialmente, hasta casi desaparecer del horizonte social actual; de igual manera que a día de hoy estas fuerzas y energías están más o menos acotadas gracias a la Ciencia moderna.


Si nos vamos a un pasado más reciente, un chamán era un hombre que estaba anclado en la antigüedad, en viejos patrones de conducta más cercanos al animismo y las viejas prácticas supersticiosas que a una actividad reglada. Sin embargo, ese mismo aspecto le salva de la banalidad de cada momento; es decir, el hecho de que no tuviera ninguna base científica ni de ninguna otra clase le podía invalidar, excepto por la propia comunidad en la que desarrollara su actividad. Es decir, quedaba a cada cual creerse lo que el chamán preconizaba con sus brebajes, juegos y danzas. No obstante, era trabajo del chamán estar al tanto de aquellos que no compartían sus cultos, y a la vez embaucar a aquellos que sí. Además de esto, su actividad se basaba en recabar cada nuevo movimiento que ocurría en cada rincón de su zona de influencia para poder incorporarlo a su quehacer. En suma: observar su entorno. Esta necesidad de estar al corriente de todo le permitía adelantarse a los demás y sorprender con sus acciones a su público. También estaban dentro de sus funciones la de saber dirigirse a un auditorio, ser capaz de incorporar las variantes del directo y sobre todo, nunca creerse completamente su propia historia, de lo contrario estaría completamente vendido. 



Aquí entra en juego un aspecto fundamental del Chamán: la Magia. Entendida en este contexto en adelantarse al gran público para sorprenderlo con efectos especiales de pequeño formato. Como muestra un botón: el caso de Medea. Cuentan las fuentes que cuando Jasón llegó de vueltas a Yolco con el Vellocino de oro, el rey Pelias se negó a darle el trono como habían acordado. Aparece entonces Medea en escena (aprovechando su fama de bruja) disfrazada de vieja hechicera y le demuestra a Pelias que tenía el poder de hacer rejuvenecer; para lo cual, cogió un carnero al que cortó la garganta delante de toda la corte y tras sumergirlo en un caldero de cobre al fuego con agua, el carnero volvió a la vida, berreando y dando brincos. Entonces Pelias pensaría: “¡Ésta es la mía! Me meto en el caldero ése, vuelvo a tener 20 años, le reviento la cara al idiota éste de Jasón y me quito de problemas de haber hecho promesas imposibles”. Así que se metió todo ufano en el caldero hirviendo y, como es de imaginar, Pelias murió hervido y Jasón se quedó sin trono de Yolcos. La magia en este caso no es que Medea echara unas hierbas en el agua o que cambiara de caldero en el último momento, ni que cuando mató al carnero, tenía otro previsto que sacó de los pliegues de su hábito de vieja; sino que la verdadera magia residió en ir a pinchar en donde más le podía doler a Pelias: su vejez. La magia en este caso estriba en la habilidad de Medea para previamente informarse de las debilidades del viejo rey, y preparar un espectáculo bien armado para penetrar en su punto más débil. Resumiendo, Medea hizo magia. 



Precisamente, esa magia en la que estaba basado el trabajo del Chamán quedaba fuera de la lógica del presente, al margen de las modas de cada momento, condenadas al ostracismo por el conocimiento y el progreso traído desde fuera de la comunidad; al igual que en el caso de Medea, era una mujer misteriosa que venía de uno de los rincones del mundo conocido por aquel entonces, y era vista desde la perspectiva de un mundo cortesano y con una estructura social más avanzada. No es muy casual que en épocas más cercanas a nosotros como la Edad Media, muchas prácticas médicas fueran llevadas a cabo por seres que vivían en las profundidades del bosque, alejados del mundanal ruido de las ciudades, donde sus prácticas no eran puestas en tela de juicio. Curiosamente, durante décadas fueron quemadas vivas en las plazas de los pueblos y las ciudades: se les llamaba brujas y a los que las hacían quemar se les denominaba santos varones.



Las artes del Chamán estaban reservadas a un ámbito de la sociedad en el cual las clases sociales eran una patraña inventada, las modas en la conducta quedaban invalidadas. Digamos que si tuviéramos que montar un rito al estilo de las cavernas, primeramente los integrantes de la tribu vendrían de comer bien, como celebración de que los dioses han sido buenos con nosotros al poder cazar un bisonte o un mamut. Entrarían a una parte mistérica de la cueva a la que normalmente no podrían entrar: el Sancta Sanctorum, donde se guardarían los mayores secretos del clan, sus mayores riquezas. Al cabo de entonar cantos cercanos al mantra, y de estar observando ese lugar de culto, donde las imágenes allí pintadas parecían cobrar vida gracias a los juegos lumínicos del fuego, entraría el Chamán vestido como un bisonte y gesticulando como la bestia. O quién sabe. A lo mejor, en vez de tanta hechicería y superchería lo que hacía el Chamán era mofarse de todo aquello para poder reírse a gusto con sus paisanos en la cueva. La danza sale de la panza.



Como ante la Muerte, como ante el Médico, como ante el Actor, los hombres y mujeres pueden estar revestidos de grandes oropeles, sin embargo, ante estas figuras y gracias a la acción que desarrollan, quedan inhabilitados inmediatamente, quedan desposeídas de sus posesiones terrenales y quedan a merced de esa parte oscura e ignota que representa la figura del Actor, del Chamán. No es casual que la Iglesia se dedicara con denuedo a erradicar las prácticas de este tipo de gentes; quizás porque se dedicaban a un ámbito en el que ellos no podían entrar porque su película habla de otros menesteres. Tal vez porque no quieren que la gente pueda entrar en ese ámbito que es anterior todo concepto de divinidad, a todo conocimiento humano, a todo lenguaje, a toda reflexión, a toda meditación trascendental; un ámbito que nos une como especie y que nos regala nuestro más oscuro secreto, y que paradójicamente nos proporciona nuestro motor inmóvil.



Y todo esto para apelar a la figura del Actor, que cada vez que sube al escenario asume esa quintaesencia del hechicero ante su tribu, gesticulando, cantando, bailando: actuando como un bisonte frente al fuego con una pintura a su espalda, para recordarnos a todos los espectadores que seguimos siendo esos seres bípedos que no sabían (ni sabemos) qué es todo esto que llamamos Mundo y qué demonios pintamos en toda esta Historia.

ESCRITO POR ÁNGEL OJEA

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