Esta es la segunda parte del artículo sobre Equus. Pincha para leer la primera o la tercera parte.
Martin comienza un discurso que sirve de introducción a lo que será la película. Como el mensajero de las tragedias griegas, nos pone en situación. Es significativo que sea esta la escena -la imagen- que Martin escoge de primeras, antes de comenzar con la historia en orden cronológico. “Y entre todo este sinsentido, pienso en el caballo, no en el chico. El caballo y lo que intenta hacer. Veo su cabeza besándole con el bocado en la boca, pasándole por el metal un deseo sin relación a saciar el hambre o a propagar su propia especie. ¿Qué deseo podría ser? ¿Dejar de ser un caballo? ¿No estar atado eternamente a esas cadenas genéticas? ¿Es posible que, en ciertos momentos, un caballo pueda sumar todo su dolor, los tirones y sacudidas que forman su vida diaria, y convertirlos en profunda pena?¿De qué le vale la pena a un caballo? ¿Lo ven? Estoy perdido”. Martin nos está hablando de la pulsión. El caballo está sirviendo como una alegoría -intencionada o no, no lo sé- de la pulsión. -“Proceso dinámico consistente en un impulso(carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su origen en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin” (Diccionario de psicoanálisis, Laplanche y Pontalis)-. Se puede incluso identificar a Equus con la dualidad pulsional de Eros y Tánatos (pulsiones de vida frente a pulsiones de muerte): por un lado es un dios bondadoso, por otro es “un cabrón, sin piedad. Cabalga o cáete, es la ley de la paja”. Equus se sacrifica por los pecados de la humanidad -y es identificado con la imagen de Cristo- y con Equus se pasa por encima de aquellos que simbolizan la represión -los de la fusta y el bombín, porque Equus representa la libertad. Pero como si fueran dos caras de una misma moneda eso mismo es lo que genera culpa y angustia, ya que el caballo, la imagen del caballo, pasa de significar esa libertad y ese pasar por encima de los demás en culpa, en dolor y en pecado (el bocado, o como lo llaman en la película, el chinkle-chankle). La misma imagen del caballo, significa dos cosas casi opuestas, fruto de la propia represión. Sumisión (el caballo podría destrozarnos y sin embargo inclina su cabeza y se deja montar), frente a libertad (las grandes praderas por las que corren libres).
Martin comienza un discurso que sirve de introducción a lo que será la película. Como el mensajero de las tragedias griegas, nos pone en situación. Es significativo que sea esta la escena -la imagen- que Martin escoge de primeras, antes de comenzar con la historia en orden cronológico. “Y entre todo este sinsentido, pienso en el caballo, no en el chico. El caballo y lo que intenta hacer. Veo su cabeza besándole con el bocado en la boca, pasándole por el metal un deseo sin relación a saciar el hambre o a propagar su propia especie. ¿Qué deseo podría ser? ¿Dejar de ser un caballo? ¿No estar atado eternamente a esas cadenas genéticas? ¿Es posible que, en ciertos momentos, un caballo pueda sumar todo su dolor, los tirones y sacudidas que forman su vida diaria, y convertirlos en profunda pena?¿De qué le vale la pena a un caballo? ¿Lo ven? Estoy perdido”. Martin nos está hablando de la pulsión. El caballo está sirviendo como una alegoría -intencionada o no, no lo sé- de la pulsión. -“Proceso dinámico consistente en un impulso(carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su origen en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin” (Diccionario de psicoanálisis, Laplanche y Pontalis)-. Se puede incluso identificar a Equus con la dualidad pulsional de Eros y Tánatos (pulsiones de vida frente a pulsiones de muerte): por un lado es un dios bondadoso, por otro es “un cabrón, sin piedad. Cabalga o cáete, es la ley de la paja”. Equus se sacrifica por los pecados de la humanidad -y es identificado con la imagen de Cristo- y con Equus se pasa por encima de aquellos que simbolizan la represión -los de la fusta y el bombín, porque Equus representa la libertad. Pero como si fueran dos caras de una misma moneda eso mismo es lo que genera culpa y angustia, ya que el caballo, la imagen del caballo, pasa de significar esa libertad y ese pasar por encima de los demás en culpa, en dolor y en pecado (el bocado, o como lo llaman en la película, el chinkle-chankle). La misma imagen del caballo, significa dos cosas casi opuestas, fruto de la propia represión. Sumisión (el caballo podría destrozarnos y sin embargo inclina su cabeza y se deja montar), frente a libertad (las grandes praderas por las que corren libres).
El sentimiento de culpa
de Martin parece que surge de la propia infelicidad que tiene él
mismo dentro de su “adaptación”, su relativo éxito personal y
profesional. Martin es un apasionado de la cultura grecolatina, de
las civilizaciones mediterráneas, de sus antiguos dioses -dioses que
parece que están más cerca de lo primitivo, de lo originario, de
las raíces, que esa cultura inglesa postindustrial-. Parece que se
escapa de su vida aséptica y basada en la represión con estos mitos
antiguos. Esto me lleva a pensar en algunos conceptos que refleja, de
forma más académica y estructurada que la película (y que este
texto), Herbert Marcuse en “Eros y Civilización”, acerca de la
relación entre lo que entendemos por cultura desarrollada y el
concepto de represión: “Freud interroga a la cultura no desde
un punto de vista romántico o utópico, sino sobre la base del
sufrimiento y la miseria que su implementación envuelve […] La
cultura no es refutada por esto: la falta de libertad y el
constreñimiento son el precio que debe ser pagado”. En
definitiva, el enfoque que adquiere Martin sobre el problema de Alan
va, en la medida en que se enfoca en esto, más allá del propio Alan
(y esto lo plantea directamente en un diálogo con Hester). Y
al ver el problema más allá, mirando esta civilización, en que las
necesidades básicas han sido cubiertas, al menos más que en el
antiguo mediterráneo en que Martin tiene puesta su atención, se
puede llegar a la conclusión de que la represión a la que se ven
sometidos, tanto Alan como él, es lo alienante de la sociedad. Y
alienante tiene un significado doble: que deshumaniza, o que nos
causa sufrimiento psíquico. Así se puede llegar a pensar que
renegar de Equus, puede parecer más cuerdo en cuanto a más
adaptado. Pero no en cuanto a más humano -si se puede decir, en un
sentido primitivo, antropológico, valga la redundancia en el
término-. De hecho, al final, lo que realmente hace a Martin
sacrificarse -y seguir en su vida “infeliz”- y “curar” a Alan
es, precisamente, que Hester le recuerda una y otra vez que el
muchacho está sufriendo, y que realmente pide ayuda -cosa que es
cierta, pues él mismo se aferra a Martin siempre que tiene la
esperanza de que “terminen las pesadillas”-
La
relación de Alan con Equus se podría decir que es mística. Equus
parece que representa un dios con el que se relaciona directamente
-mediante unos rituales propios, que no queda claro de dónde salen,
pero parece que algunos tienen elementos en común con los rezos
cristianos-.
Pero,
¿cómo ha llegado a este punto? Partimos de la base que si fuera
fácil llegar a rezar a un animal totémico propio en el contexto de
Alan, no sería un “caso impactante”. Esta es la pregunta que se
hace Martin, y probablemente ha podido responder cuando le comenta a
Hester que es lo único “de verdad” que tiene Alan. Martin viene
a explicar cómo, en una sociedad donde no es nadie, con una familia
que le oprime, su salida ha sido esa, encontrarse con su propio dios,
poniéndose en el lugar del chaval.
CONTINUARÁ...
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